En ese órden.
Crecer en una familia tradicionalista de lo que yo llamo "la franja católica", ese "Bible Belt" mexicano que se extiende desde la región de los altos en Jalisco hasta Querétaro, abarcando Guanajuato, Aguascalientes y buena parte de San Luis Potosí implica, en muchos casos, esa ideología.
En la región de Los Altos la Revolución Mexicana pareciera más bien haber sido un accidente social, y la "Reforma Agraria" pareciera tener tanto sentido como la palabra "serendipity".
Somos los hijos de Miramón. Los que no riegan la sangre. Los que extrañan a don Porfirio. Los que hicieron su propia nación dentro de una nación.
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Hay años que marcan la historia de los países. En el caso de México 1988 fue uno de ellos.
Hay.... perdón, había líderes políticos con la suficiente calidad moral como para marcarnos de por vida. Y en 1988 en México había varios: Cuahutémoc Cárdenas, Manuel J. Clouthier, Heberto Castillo y Rosario Ibarra de Piedra.
Para quienes nos tocó vivir ese año, el proceso electoral fue quizá el primer parteaguas para la entrada de la democracia en México. Por primera vez "la dictadura perfecta" encontraba difícil taparle el sol con un dedo a su pueblo.
¿Cómo hacerlo, cuando el ciudadano común ya contaba, en buena medidad, con acceso a televisión por cable y sobre todo a noticieros extranjeros que mostraban abiertamente todo aquéllo que el gobierno trataba de ocultar?
No más "Zabludovsky dixit...". De repente, los medios de comunicación se permitían el lujo de invitar a los candidatos de oposición.
Crecer en este país, bajo la dictadura priísta, pero sobre todo, en la debacle de la misma, te hacía sentir impotente. No bastaba con que se nos catalogara a nivel mundial como país del Tercer Mundo, no.
Eras un ciudadano de segunda en tu propio país. Atrapado en la maraña burocrática de un gobierno en total estado de descomposición. Todos éramos un Josef K en potencia, en una realidad más kafkiana que ni el mismo autor de "El Proceso" hubiera podido concebir.
Y todo eso hacía que me cuestionara realmente qué era "mi" país.
Y en esa realidad kafkiana, en que yo me angustiaba ante la crudeza de saber que no podría estudiar carrera universitaria por falta de recursos económicos, se abría la posibilidad de simplemente largarte del país. Pero cuando tu escala de valores te dicta que la patria está por encima de los intereses personales, lo único que me causaba esa idea era la escrupulosa sensación de una actitud cobarde.
¿Cómo dejar a mi país, cuando hay tantos cambios por hacer?
Y, ciertamente, a nivel mundial, se respiraban "vientos de cambio". La Unión Soviética estaba al borde del colapso y de lleno en la perestroika. Cárdenas y Clouthier ofrecían, por primera vez en las elecciones presidenciales de este país, la opción de derrocar a la "dictadura perfecta".
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Nunca me sentí más mexicano que en el cierre de campaña de Clouthier en la Plaza Principal de León. A quienes nos tocó ver a la persona, sabíamos de su compromiso personal para que en este país la democracia fuera una realidad. Para que los políticos fueran realmente servidores públicos. Él mismo había puesto el ejemplo. Se había lanzado a la política y para financiar su campaña, en unos tiempos en que los partidos políticos no recibían dinero del gobierno -al menos no los de oposición-, había vendido buena parte de sus empresas. Aquéllas que mantuvo como patrimonio familiar, se encontraban bajo la lupa del gobierno.
Pero también, curiosamente, esa misma noche, al momento en que todo mundo unió sus manos y alzó sus brazos para entonar el himno nacional, me invadió una enorme vergüenza.
¿Qué es México? ¿Cómo puedo cantar un "himno nacional" de un país que ni siquiera conozco?
Llevaba ya unos años cuestionando esa idea de país que jamás se concretó.
Y esa noche empezé a dejar de creer en muchas cosas. Me di cuenta de que los "ismos" no eran más que barreras que como seres humanos nos imponemos. Que nos limitan. Que nos hacen despreciar a aquéllos que no comparten nuestros credo.
¿Y si la frontera de México terminara antes o después... me importaría esa misma gente?
Y aun así, Manuel de Jesús Clouthier del Rincón me marcó. Para siempre.
Hoy se cumplen 20 años de su extraña muerte.
1 comentario:
eso fue muy interesante
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